¿Y si quitamos el recreo?

enero 2016

https://ined21.com/y-si-quitamos-el-recreo/

El profesor de matemáticas quería que su intervención constara en acta:
«Debido al día de la paz y a otras efemérides, cada vez se reduce más el periodo para impartir el temario competo. Si se sigue perdiendo el tiempo de clase de esta manera habrá que enviar más tareas para casa, y aún así no será suficiente para cumplir con nuestra obligación de enseñar las asignaturas».
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El Claustro se crispaba y la directora quiso relajar el ambiente con un guiño de humor:
«¿Y si quitamos el recreo?»
Lejos de captar la ironía, aquel compañero se mostró satisfecho:
«Por fin una solución».
Él se consideraba un profesional y quería cumplir diligentemente con su cometido, aunque todavía no había descubierto que…
El deber del docente no es enseñar asignaturas,
es que sus alumnos aprendan
y cumplir con esta misión requiere repensar el tiempo de la educación para adecuarlo a las personas en vez de a los temarios.
El tiempo en clase…
demasiado rápido
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E«Maglev» es un tren bala japonés capaz de superar los 500 Km/h. Evidentemente, no está pensado para disfrutar del paisaje sino para ganar tiempo. Esa es la gran ventaja de la velocidad, y por ella estamos dispuestos a sacrificar el deleite de la ventanilla. «Antes», en este caso, equivale a «mejor». Sin embargo, conviene subrayar que no son sinónimos, y en clase se ponen de manifiesto las diferencias.
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En demasiadas ocasiones, nos vemos empujados a acelerar el ritmo natural del aprendizaje para obtener resultados rápidos. Andy Hargreaves ha investigado este fenómeno propio de las sociedades contemporáneas y ha demostrado que la educación acelerada reporta resultados pobres. Es como almorzar en un restaurante de comida rápida, pierdes poco tiempo, pero ni es sano ni disfrutas del menú.
Se trata de un problema estructural (atañe a horarios, programas educativos, estándares de evaluación, etc.) de solución compleja… de acuerdo, pero el último eslabón de la cadena de transmisión es el docente, y tiene dos opciones: (1) participar de la inercia o (2) pisar el freno.
Si quisiéramos optar por la opción número dos hay que empezar localizando el mecanismo que acciona el freno. Los griegos pueden aportar algunas pistas. Usaban dos palabras para referirse al tiempo: cronos (para el ‘tiempo cronológico’) y kairós (para el ‘lapso natural que precisa un acontecimiento importante’). Como sucede ahora, la mitología griega encumbró a Cronos al Olimpo. De hecho, lo coronó como uno de sus dioses principales. Kairós, sin embargo, era un dios menor y casi desconocido.
La educación acelerada reporta
resultados pobres
Racionalizar el uso del tiempo en clase pasa por equilibrar el poder de Cronos y de Kairós, organizando una educación que permita que cada persona marque el tempo que necesita en los diferentes momentos de su proceso de aprendizaje.
«El aprendizaje puede ir siguiendo el ritmo del reloj, pero también puede seguir su propio ritmo».
George Ritzer
No debemos olvidar que la educación es un maravilloso viaje en el que tan importante es llegar como disfrutar del paisaje, y un tren bala no tiene ventanillas.
El tiempo en casa…
demasiado ocupado
Eva Bailén está al frente de una campaña que denuncia las condiciones de trabajo de un colectivo muy amplio. A través de un vídeo titulado «El trabajo más esclavo» presenta un interesante experimento social, en el que unos desconocidos comparan sus contextos laborales mediante una conversación de chat. Después tendrán que averiguar a qué se dedican. La sorpresa de los participantes es mayúscula cuando descubren que su interlocutor solo tiene diez años. Un estudiante de Primaria les ha relatado, entre otras cosas, que su trabajo se alarga hasta la hora de cenar, que apenas tiene tiempo para estar con su familia y que no se libra de sus obligaciones académicas ni en vacaciones.
Imagina que sufres una de esas jornadas interminables. Mucho te tendría que gustar el trabajo para no plantearte un cambio o incluso dejarlo, ¿no pensarán así nuestros jóvenes? Quizá por ello la tasa española de abandono escolar sea la más alta de Europa. No es solo una conjetura. El investigador John Buell comprobó que una de las principales razones para dejar los estudios en zonas deprimidas es precisamente tantas «horas extra» en jornada de tarde. La situación empeora cuando la familia no puede ayudar, ya que es más probable que surjan carencias en el aprendizaje, que actuarán como una velada invitación a salir del sistema educativo por la puerta de atrás.
También se ha analizado el impacto que tiene sobre el rendimiento la prolongación del trabajo escolar en casa. El profesor Ángel Santamaría, después de revisar la literatura científica, concluye que «nadie jamás ha demostrado la utilidad de los deberes». Khon va más allá, en su libro El mito de los deberes (2013) explica por qué los considera perjudiciales.
Los alumnos españoles son de los que más tiempo dedican en casa a tareas escolares, y no hay un argumento pedagógico que recomiende tantos deberes, más bien al contrario. Pueden tener su razón de ser como un proceso creativo, aplicado y conciso; enfocado a reforzar (y no a repetir) lo aprendido. Una actividad compatible con el ocio y las relaciones familiares. Si estás de acuerdo, puedes apoyar con tu firma la campaña por los deberes justos iniciada en Internet:www.change.org/losdeberesjustos.
¿PERDEMOS ALGO DE TIEMPO?
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«¡No pierdas el tiempo!», se escucha frecuentemente en clase. La jornada escolar (y laboral) se ha estructurado para no desperdiciar ni un solo minuto, pero ¿y si fuera bueno derrochar parte de ese sobrevalorado tiempo? En Google descubrieron que cuando sus trabajadores «perdían el tiempo» lo dedicaban a proyectos personales que habían aparcado para cumplir con las obligaciones laborales.
En el siglo XVIII, Joseph Priestley realizó uno de los descubrimientos más importantes de la ciencia moderna: aisló un esqueje de menta en una campana de cristal y demostró que las plantas fabrican oxígeno. Priestley reconoció que el origen del hallazgo estaba en su infancia, cuando «perdía el tiempo» atrapando arañas en botes de cristal para observar el comportamiento de los organismos encerrados en recipientes herméticos. Aquella inquietud se mantuvo durante años, llegando a convertirse en el proyecto al que dedicaba todo su tiempo libre.
Un tren bala
no tiene ventanillas
Todos tenemos proyectos personales, y poco tiempo para realizarlos. Sin embargo, nos motivan tanto que estamos dispuestos a robarle horas al sueño para trabajar en ellos. Esto es pasión, un ingrediente indispensable para cocinar el éxito. En Google lo saben bien, y también son conscientes de la dificultad de alcanzarla cuando el objetivo lo impone la empresa. Por eso, le dijeron a sus ingenieros: «¡Pierdan el tiempo!»
La compañía del buscador instauró el programa «20% del tiempo» para sus desarrolladores: por cada cuatro horas que trabajaban en un proyecto oficial, se les permitía que ocuparan una en un proyecto personal. Solo tenían que informar de sus progresos si lograban alguna idea de negocio. Y salieron productos como AdSense (la plataforma de Google para colocar publicidad personalizada en los portales de Internet), que ha llegado a generar un tercio de los beneficios de la multinacional. Sin embargo, el mayor logro de «la regla del 20» es la efervescencia que ha desencadenado en dos cuestiones que consideran clave para el ambiente laboral: la felicidad y lacreatividad.
Si una persona como Joseph Priestley trabajara hoy en Google realizaría grandes aportaciones. La pregunta es: ¿tendría tiempo para observar las arañas si fuera un escolar? Todos conocemos la respuesta. Y en ella, paradójicamente, podríamos encontrar un argumento para eliminar los recreos. No para satisfacer la demanda que aquel profe de mates hizo constar en el acta del Claustro, sino como parte de un cambio radical de la concepción del tiempo educativo, un cambio como el que revolucionó Google rompiendo la dicotomía entre trabajo y tiempo libre.

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