¿Te preocupa el medio ambiente? Hazte urbanita

                                         
Mirando con un poco de perspectiva es fácil darse cuenta como la mayoría de la gente siempre hemos querido proteger el medio ambiente, pero no siempre ha estado igual de claro que es lo mejor para conseguir el objetivo. Un ejemplo: yo tenía en el instituto un profesor de ciencias, ecologista militante, que tenía un Nissan Patrol, tremendo armatoste que parecía más un carro de combate que un coche de uso diario. Argumentaba que ese vehiculo le permitía disfrutar de la naturaleza. El Nissan Patrol le permitía transitar por pistas forestales donde con otro tipo de coche no podría. Aunque ahora puede parecer una barbaridad, no hay nada objetable en su punto de vista. A mediados de los 80 todos estábamos preocupados por los sprays y la capa de ozono, pero todavía no nos habíamos concienciado con las emisiones de CO2, el cambio climático y muy poco sobre el impacto humano en las zonas protegidas. Por lo tanto ir todos los días al trabajo con una máquina de quemar gasolina y pasar el verano plantando la tienda de campaña en el primer prado que te apeteciera de los pirineos era una práctica común, por suerte en vías de extinción.



Hoy, sorprendentemente, desde muchas organizaciones ecologistas no solo se defiende la agricultura ecológica, si no también un modelo basado en pequeñas explotaciones y en la vida en el campo ¿esto beneficia al medio ambiente? Sin entrar a valorar si una pequeña explotación es más sostenible medioambientalmente que una grande, vamos a centrarnos solo en el día a día. Imagina una familia de cuatro personas que viva en la ciudad y a la misma familia viviendo en el campo. En la ciudad vives en un edificio de apartamentos. En el campo en una vivienda unifamiliar. ¿alguna diferencia a parte de no tener que aguantar vecinos? El mayor consumo energético familiar es por climatización. Si vives en un edificio, en invierno, solo perderás calor por las paredes con ventanas hacia el exterior, ya que por los tabiques que den con el vecino no pierdes. En cierta forma compartes gastos aunque cada uno pague su factura. En una vivienda unifamiliar todas las paredes dan al exterior, lo que aumenta la pérdida energética global. Esto implica mayor factura de gas o de electricidad por persona, y por lo tanto, más emisiones de CO2.




Luego están las necesidades básicas. Asumimos que la familia que vive en el campo tiene una pequeña explotación y trabaja en casa (que no tiene por que ser el caso). De todas formas es imposible autoabastecerse, por lo tanto es necesario desplazarse tanto para comprar lo indispensable para el aseo, limpieza y alimentación, como para llevar a los niños a la escuela. En una ciudad las distancias a las necesidades básicas son más razonables y se pueden realizar andando o con transporte público. La gente que vive en el campo depende del coche para casi todo. Ya tenemos otra fuente de ahorro de emisiones. En los tiempos dorados de la burbuja inmobiliaria se pusieron de moda los bloques de adosados en las afueras de las grandes ciudades. Prometían entornos tranquilos lejos del ruido y del agobio del medio urbano y a una distancia razonable de todos los servicios que la ciudad ofrece. El problema es que el transporte público entre la ciudad y estos núcleos residenciales en la mayoría de ocasiones no existía, u ofrecía un servicio muy deficiente. Esto obligaba a depender en exclusiva del coche. Por lo tanto una familia que viviera a 30 km de la ciudad donde trabajaba y/o llevaba los niños a la escuela estaba obligada a hacer 60 km al día, contando que los horarios de trabajo fueran compatibles para compartir el vehiculo, si no, dos coches y 120 km al día. Contando 5 días por semana y 20 días al mes, haz números del costo económico y del impacto ambiental. Con razón decían que comprarte un adosado alegraba dos veces, una cuando te lo comprabas y otra cuando lo vendías y volvías a la ciudad.

Vamos al último punto, el espacio vital, o el trocito de planeta que necesitas para desarrollarte. Si vives en la ciudad, divide toda la gente que vive en tu edificio entre la superficie que ocupa. Ahora haz el mismo cálculo con una familia viviendo en el campo en una vivienda unifamiliar… obviamente utiliza más superficie la familia campestre. Otro cálculo sencillo. Calcula el espacio que tiene una persona que vive en el campo por el número total de habitantes del planeta. Te darás cuenta que no hay suficiente tierra emergida para todos. Vivir en el campo es un privilegio, no un derecho o algo que beneficie al planeta. Si puedes elegir, no sale a cuenta ambientalmente. Lo mejor para el planeta es que el mayor número de población viva en núcleos urbanos y que al campo o a la naturaleza de visita y con mucho respeto. Y un último detalle, mascotas pocas y pequeñas. Un Pastor Alemán puede consumir al año lo mismo que un todoterreno.


Yo por mi parte expreso mi amor por el planeta viviendo en un edificio de 14 pisos y además agradezco la suerte que tengo de poder ir al trabajo y al supermercado andando, minimizando así mi impacto ambiental. Aunque eso si, arriesgo a diario mi integridad física, esquivando coches en los pasos de cebra y bicicletas en las aceras.



Reproducción consentida del artículo original de J.M. Mulet, publicado en http://www.losproductosnaturales.com/2011/05/te-preocupa-el-medio-ambiente-hazte.html

J.M. Mulet es divulgador, investigador y catedrático en la UPV


ADDENDA: 

SOBRE LA "ESPAÑA VACIADA Y EL NEORURALISMO"

Aprovecho para traer a la actualidad las atinadas reflexiones de Mulet y, brevemente, advertir sobre lo desacertado que sería, en clave ecológica, incentivar migraciones desde las grandes urbes hacia el interior de la Península. 

La autosuficiencia de los, por así llamarlos, núcleos rurales es una quimera. Esparcir población urbanita por todo el interior "vaciado" nos obligaría a llevar costosas infraestructuras de unos pocos lugares geográficamente muy localizados hasta miles de asentamientos muy distantes. Por ejemplo, se tendrían que doblar o construir nuevas líneas eléctricas que, en vez de seguir un solo trazado hasta las grandes concentraciones urbanas, surcarían en retícula toda la Península: miles y miles de km de tendido que además dificultarían la inyección en la red de la producción eléctrica "de proximidad" generada domésticamente. 

Por no hablar de la necesidad de transportar todo tipo de bienes desde los puertos hasta un interior múltiple y difuso, con la consiguiente necesidad de desdoblamiento de las carreteras y, si fuera posible, de las vías férreas hasta las capítales de provincia. 

Lo mismo reza para las torres y antenas de comunicación, que deberían multiplicarse ante la diseminación de la población o para los nuevos depósitos de agua y otros abastos, que requerirían de mucho hormigón fresco esparcido por toda la geografía.

Y lo más obvio: proliferación de nuevas parcelas dedicadas a la vivienda, servicios públicos, polígonos industriales, etc., que afectarían a la cubierta vegetal y a las capas freáticas, desalojando a los cultivos menos rentables.

Porque lo de la España vaciada es una entelequia. La población se fue a trabajar y a organizarse socialmente a las grandes ciudades o a las capitales de provincia, pero la tierra sigue en manos de propietarios que necesitan deslindarla cada vez más, fusionando las parcelas para hacerla rentable. Aunque sea cediendo a la presión de los grandes fondos de inversión agrícola que están tomando posiciones en favor de la concentración y de la explotación especializada en frutos secos, aguacates, colza, cereal...

Otra cosa bien diferente es que tengamos a muchos habitantes hacinados en grandes ciudades que crecieron exponencialmente con el mal llamado "desarrollismo" y cuyo horizonte mental sea la idílica quimera del "mundo rural". Una fantasía imposible para la mayoría, máxime cuando esa población está envejeciendo y necesita cada vez más de los servicios médicos o de asistencia social, inasumibles económicamente si no hay concentraciones ciudadanas que ofrezcan ràtios considerables y las hagan posibles.




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