Andorra ha descubierto los límites del crecimiento
Andorra ha descubierto los límites del crecimiento
El Principado de Andorra, tradicionalmente un paraíso de crecimiento económico y demográfico ininterrumpido, se enfrenta a una nueva realidad: los límites de un modelo que ha priorizado el volumen sobre el valor. Las voces del Gobierno, lideradas por el presidente Xavier Espot, y las de destacados opinadores como Guillem Casal, convergen en una misma conclusión: el crecimiento descontrolado, alimentado por la llegada masiva de mano de obra para sostener los pilares económicos tradicionales, ha dejado de ser sostenible.
El problema, más allá de la mera saturación territorial, es de naturaleza económica y social. Durante décadas, la prosperidad andorrana se ha cimentado en un modelo basado en el turismo, el comercio y la construcción. Estos sectores, si bien han impulsado el crecimiento, son intrínsecamente dependientes de una gran cantidad de mano de obra, a menudo de bajo coste y tradicionalmente procedente de Portugal, Galicia o hispanoamérica. Esto ha generado una espiral: para seguir creciendo, la economía requiere más trabajadores; estos trabajadores necesitan servicios públicos (sanidad, educación, transporte) que, a su vez, no alcanzan a ser financiados por el valor añadido que estas actividades económicas aportan.
El resultado es un profundo desequilibrio. La población ha crecido exponencialmente, superando los 88.000 habitantes y acercándose a una cifra de 100.000 considerada inasumible. Este aumento ha colapsado infraestructuras y servicios, pero los ingresos fiscales generados por el modelo de crecimiento no son suficientes para expandir y modernizar estos mismos servicios. En otras palabras, la falta de una economía de mayor valor añadido impide que los servicios públicos puedan sostenerse económicamente para atender las necesidades de la población que llega.
La respuesta del Govern, según el ministro, es clara y valiente: una "revisión" del modelo migratorio para frenar los flujos de trabajadores y, al mismo tiempo, una apuesta firme por la diversificación económica hacia sectores de "más valor añadido" que no pongan en jaque los recursos de habitabilidad y no degraden recursos naturales como el suelo y el agua. El plan es sustituir la dependencia de los sectores tradicionales por un crecimiento en áreas como los servicios profesionales, digitales, la salud y la educación. La solución, según el ministro Guillem Casal, pasa por utilizar el Acuerdo de asociación con la Unión Europea como herramienta para fomentar este cambio, atrayendo talento y capital que aporten más al sistema sin necesidad de un aumento desproporcionado de la población.
Esta medida vendría a complementar lo que establece la Llei del creixement sostenible i el dret a l’habitatge, que ya regula la inversión extranjera en inmuebles, los pisos vacíos y los destinados a uso turístico, así como los contingentes de cuota general y de temporada a las cifras anteriores a la pandemia, imposibilitando su aumento.
Con todo, el Govern plantea un crecimiento demográfico "estable" y un crecimiento econónomico basado en el valor añadido, preservando los recursos naturales precisamente para no acabar con los pilares tradicionales de la economía andorrana, el comercio y el turismo, en un discurso calculadamente ambiguo que ya ha sido contestado en los medios y en muchos "comuns" (municipios).
Entre los críticos, hay quienes abogan directamente por el decrecimiento, con argumentos como que el límite ya se sobrepasó hace mucho tiempo, mientras otros señalan que no tiene mucho sentido que la población haya crecido 10.000 habitantes en 3 años cuando el número de nuevos empleos creados en ese período ha sido solo de 1.500. Algunos también identifican un proceso de gentrificación por el cual el Principado se estaría convirtiendo en la residencia de los millonarios extranjeros expulsando de facto a los andorranos a buscar su vivienda fuera de su país, como ya ocurre con sus "esclavos sudamericanos" (expresión literal) que viven en La Seu d'Urgell u otros pueblos limítrofes.
En definitiva, Andorra ha tenido que confrontar la dura verdad: un crecimiento cuantitativo desmedido, basado en la mano de obra barata, genera una riqueza que no es suficiente para cubrir los costes sociales que ella misma provoca. El verdadero desafío del país no es solo la falta de espacio, sino la necesidad de construir una economía que genere el valor suficiente para garantizar una calidad de vida sostenible para todos sus residentes. El futuro de Andorra no está en la cantidad de su población, sino en la calidad de su modelo económico.
Comentarios
Publicar un comentario