CIUDAD GLOBAL Y PANDEMIAS


“El poder nuclear no significa nada si un virus puede matar toda una población dejando su riqueza intacta.”                                                                                                                                                                                                                                       Sinéad Cusack


Decía Manuel de Pedrolo que para el año 2000 Barcelona se habría extendido hasta Cervera, su población natal a 100 km de distancia. Él, como tantos, miraba al futuro interpretando sólo dos variables, la urbanización y la explosión demográfica registrada a partir de los años 60.

Su vaticinio, como cualquier distopía, se cumplió a sólo a medias. Paradójicamente, las grandes ciudades han engullido como agujeros negros la población de las regiones de las cuales son capitales y, cómo no, aún habiendo crecido en extensión, no lo han hecho ni la mitad de lo que muchos demógrafos y geógrafos de los setenta nos adelantaron.

Demógrafos como Morland, Ibbitson, Brikel y otros tantos nos explican que se están generando grandes vacíos en el planeta a causa de la imparable concentración urbana. No se construye ni un edificio que no albergue, al menos, el doble de viviendas de las que contaba el edificio anterior, en el mismo solar. Es el fenómeno que se ha dado en llamar hiperurbanización y que ha dado al traste con lo que pensaba el bueno de Pedrolo y sus coétaneos.

La siguiente variable a considerar en mi exposición es el fenómeno de la interconexión de estos núcleos urbanos. Un dato: el 25 de julio de 2019 se batió el récord absoluto de vuelos en un sólo día, llegando a los 230.000 y la progresión en la cantidad de viajeros globales se ha disparado en los últimos veinte años en un porcentaje nunca visto.

MACROCEFALIA. -

La gripe española de 1918 fue una pandemia que viajó en carro y barco. Esto explica que los focos de infección fuesen apareciendo en el planeta sucediéndose a un ritmo relativamente lento. Ése fue uno de los factores que mermaron su posibilidad de extensión geográfica y, transportada a día de hoy, esa relativa lentitud nos hubiera concedido margen para encontrar soluciones, prevenir a la población y abastecerla mediante importaciones de otros lugares todavía no afectados.

La pandemia causada por el Covid-19 ha supuesto un estallido que ha abarcado todos los rincones del planeta prácticamente en un instante. Consecuencias de haber convertido la Tierra en una ciudad global, en la que los miles de kilómetros que separen dos calles poco importan si tenemos en cuenta el contínuo trasiego de viajeros ciudadanos de esa megaurbe que, en un mismo día, pueden haber comprado en el Zara de Madrid y en el de Londres o Nueva York.

Por tanto, sin tiempo a reaccionar y sin tiempo a buscar tratamientos o vacunas, el virus habrá infectado todo el planeta y socavado terriblemente su actividad económica, vaciando de contenido la mayor parte de la baldía actividad de un hipertrofiado sector de servicios y, lo peor, drenando la capacidad de producir alimentos y bienes.

Habrá quien todavía crea en conjuras o teorías de la conspiración, con secretos laborarios al servicio de masonerías modernas, Bilderbegs y otras monsergas para producir diezmos de población que cierto iusnaturalismo ambiental preconiza, a las puertas de recibir al ciudadano ocho mil millones.

Pero la cruda realidad es que, desde finales del siglo pasado y en lo que llevamos de éste, se han ido prodigando los avisos y conatos de una posible pandemia. El SIDA, el SARS, la Gripe A, los brotes de otras formas de coronavirus en el este de Asia..., establecen una frecuencia en la incidencia de nuevas epidemias que guardan una estrecha relación con la eliminación de las distancias y, sobre todo, con el factor estadístico: sólo en los últimos diez años hemos "comprado" mil millones de billetes más para el gran sorteo aleatorio que nos brinda una nueva oportunidad de infección, de entre las tantas existentes en formas de virus latentes esperando la última mutación para el asalto al huésped global por excelencia, que sigue instalado en el paroxismo de su crecimiento y concentración.

Tal vez tiene razón Dan Brown cuando afirma que, en el momento mismo en que el mundo esté tan repleto de habitantes que ya no puedan vivir ni emigrar a otros lugares, la Tierra desatará la purga.

M. Pérez Luna.
Colaborador.

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